Como se evidenció en el estudio de Luby y colaboradores (2013), al igual que en el de Hanson y colaboradores (2013), la pobreza tiene un efecto negativo en el desarrollo del cerebro. Por otro lado, Luby y colaboradores (2013) muestra cómo una crianza adecuada puede limitar estos efectos negativos y, mediante la plasticidad, favorecer el desarrollo adecuado del cerebro. La pobreza se puede concebir como un ambiente empobrecido en comparación con un ambiente enriquecido de los niveles socioeconómicos más altos, en los que se puede observar un mayor volumen del cerebro, como lo muestra este gráfico del estudio de Hanson y colaboradores (2013):
Rosenzweig y colaboradores (1972) realizaron una serie de 16 estudios experimentales con ratas a lo largo de 10 años; en estos estudios investigaron los cambios en la estructura y química del cerebro como resultado de la experiencia en un ambiente enriquecido en comparación con un ambiente empobrecido. Este tipo de estudios no se puede realizar en seres humanos por razones éticas, pero muestran lo que posteriormente Hanson y colaboradores (2013) encontraron con seres humanos utilizando estudios correlacionales. Por razones de conveniencia usaron ratas para estos experimentos debido a que su cerebro no presenta muchas circunvoluciones como en el caso de mamíferos superiores (por ej. primates), haciendo más fácil el análisis y la medición macroscópicos y microscópicos del cerebro. Además, los roedores son más económicos, pequeños y tienen camadas numerosas, de tal manera que animales de la misma camada con información genética similar se pueden asignar a diferentes condiciones experimentales.
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